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Jorge Abot: sociólogo de la abstracción
Julio Trenas
Revista “Jano” Madrid, septiembre de 1986.
 
Frontera al verano, cuando las galerías expositoras frenan paulatinamente el ritmo de sus presentaciones estéticas, nos asombra con su calidad plástica y su carga inspiracional la “muestra” del argentino Jorge Abot colgada en la Sala Kreisler Dos, de Madrid. Postula el pintor un arte universo, difícilmente afecto a localismos o impresiones regionales, y, sobre todo, dignamente instalado en la vanguardia creadora. Razones que no se nos alcanzan le impidieron figurar en la inolvidable exposición de “Arte Argentino Contemporáneo”, que tuvo lugar de mayo a julio de 1976 en el Museo de Arte Contemporáneo. Unas palabras liminares en catálogo, firmadas por Rafael Squirru, reivindicaban para los plásticos argentinos las más vigorosas raíces de la modernidad. “Las corrientes abstractas -escribía- tienen en nosotros cultores de envergadura creadora, cuyos antecedentes estilísticos encontrarán antecedentes en Europa, así como los encontrarán en los tejidos de Paracas, Nazca o Tiahuanaco.” Y, cerrando aún más la conexión en el tiempo, afirmaba: “Estamos en plena toma de conciencia de nuestra preciosa herencia precolombina como de la no menos preciosa herencia europea.”

Ocurre con Jorge Abot, que no obstante el dato de su ya relativa juventud, ha tenido tiempo, desde 1974 -cuando abandona su dedicación a la sociología para tomar como oficio la pintura-, para viajar, pintar y exponer en Europa, con singular preferencia en España. Fueron años de formación erguida, de investigación matérica consecuente, de avances expresivos incorporantes, donde a cualesquiera otros prefería el lenguaje de la abstracción.

Pocos -hay que decirlo- supiéronlo utilizar con mayor fortuna. Pocos como él -es necesario hacerlo constar- obtuvieron mayor rendimiento estético con su fidelidad. La exposición de Jorge Abot se ampara bajo un lema revelador: “Ventana al Sur”, donde el color gana, sin regateos, amplias superficies y la doble técnica -óleo-collage- aunque ensaye o busque las adhesividades, finge craquelados cerámicos al par que huye cualquier sistema de raspaduras.

Posee Abot un sentido amplio y musical de lo decorativo. Rara vez se asoma al pequeño formato y cuando lo hace puede producirse en él una curiosa dicotomía: la mano reduce líneas, manchas o trazos sobre la tela, mientras la imaginación vive las dimensiones del gran cuadro. No obstante su tendencia al plafón, la pintura del artista argentino está muy lejos de la quietud superficial propia de muros y paredes. Hay siempre en ella algo muy parecido al desgarramiento intencional, tan vigoroso a veces que propicia, por ilusión óptica y visual, la sensación cinética. En buena parte contribuyen al fenómeno los que Arnoldo Liberman llama “fonemas visuales”, y que vale reconocer como manchas o signos decisivos. También cabría, ante la compleja personalidad de Abot, tratar de deslindar vocaciones y aún dedicaciones paralelas, de núcleo intelectual, cuyo peso queda en el subconsciente del artista.

Considerado este dato, no me parece arriesgado, sino clarificador, encontrar en su obra un sugerente camino hacia la que pudiéramos llamar “sociología de la abstracción”.