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El lenguaje no alcanza
Adriana Pagliaroli
Revista Caras. Buenos Aires, octubre de 2000.
 
Para Matsuo Bashó (1644-1694), el más popular de los poetas japoneses, el haiku es…”simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento…” El espíritu de esa sutil forma de expresión, que se vale de las imágenes metafóricas economizando verbos y adjetivos, es reflejar la sorpresa que se experimenta ante algo que sucede. Es una mirada del mundo con alma de niño, acotaría Liria Miyakawa, una de los cultores del género en nuestro país. En la obra de Jorge Abot se percibe esa búsqueda de comunicar conceptos, sensaciones, emociones, pero como proposiciones lógicas pasadas por el tamiz del razonamiento. “En términos generales, uno cree que las palabras bastan para que el otro entienda lo que se quiere expresar, y resulta que cada uno está diciendo cosas distintas -asegura el artista-. En el arte esta desinteligencia se nota todavía más, porque usamos otro código y otra manera de expresar. Cuando descubrí los haikus me pareció que se ajustaban a mi intención ene el trabajo, que es la búsqueda de la simpleza, y que sólo aparece cuando te hiciste cargo de lo que estás nombrando.”
Abot cuenta que un cuadro empieza con la acumulación de imágenes e intuiciones que entran en una fase de realización casi autónoma. La obra pide más o menos materia, y el artista responde con técnicas mixtas: collage, arena, aserrín, cola. Los grafismos son una presencia recurrente, aparecen con la belleza de los escritos de puño y letra, pero sin develar el mensaje. De su maestro Demetrio Urruchúa recuerda la insistencia en el dibujo y la comparación que él establecía entre los colores con una orquesta, en la que el negro asumía el rol de director. Sostiene, además, que la elección plástica de un material tiene cierta carga emotiva y agrega una anécdota para explicitarlo: una de sus hijas, que es música, recibió las partituras de una profesora de piano de barrio que había fallecido. Las había bellísimas por el contenido, la impresión y el papel; viejas y nuevas mezcladas, como todo en la vida. Abot conservó algunas y empezó a mirarlas con sentido estético. Le pareció hermosa la posibilidad de retomar un aspecto importante de la vida de  una persona y continuarla. Hay cosas que no se pueden decir, ni traducir, pero si están resueltas con sinceridad desde la plástica, el mensaje es recibido.

Jorge Abot, nacido en Buenos Aires en 1941, inició su camino en el arte a los 20 años, mientras cumplía con el servicio militar. Ya dibujaba antes y lo siguió haciendo durante el transcurso de la carrera de Sociología en la Universidad de Buenos Aires. Paralelamente deambuló por varios talleres hasta llegar al de Demetrio Urruchúa, con quien estudió seis años, e “hizo los deberes” aún transitando por el camino alternativo a la Escuela de Bellas Artes. En los convulsionados años ´70, a instancias de los hechos que marcaron a fuego la historia argentina, el panorama artístico se debatía entre la figuración y la abstracción como posiciones antagónicas. Abot resolvió no participar de esta discusión, estéril a su juicio, y optó por trasladarse con su familia y su figuración sui generis a Madrid, donde permaneció radicado 13 años. Durante ese tiempo de exilio voluntario, y no por eso menos doloroso, se especializó en diseño y comunicación y alternó la pintura con el dictado de cursos en la Universidad Complutense y de Granada. Sin apartarse de la producción artística, hizo pública su obra en exposiciones colectivas e individuales y se dedicó al diseño, el montaje y la gráfica de muestras para varios ministerios españoles, así como para Expociencia (1990-1993), la de Arte al Sur, en el Centro Cultural Recoleta (1995) y para la Fundación Export-Ar, entre otras, en la Argentina.

La otra mirada
“Si uno observa, por ejemplo, las naturalezas muertas de la escuela sevillana, fieles a la realidad y de una destreza maravillosa, las codornices, el mantel o las frutas se afirman por sola presencia. Si, en cambio, uno se detiene ante una del cubista Juan Gris, no encuentra esa destreza pictórica, pero percibe otras cosas, más allá de lo que está viendo. La comunicación en el arte es binaria, el consenso con el espectador se produce o no. Yo creo que uno recibe respuestas sinceras cuando la obra está construida con esa materia. En definitiva, siempre se recibe lo que se da.”