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Estela Ocampo
Presentación de catálogo. Barcelona, enero 1982.
 
Las obras de César López Osornio y Jorge Abot comparten el mismo espacio físico. ¿Comparten también un parecido espacio imaginario?. López Osornio dice que siente en la obra de su colega un efecto de complementariedad. Dos caras de la misma moneda, pienso yo, dos caras del arte abstracto. Una de las maravillas del arte es que puedan obtenerse efectos, sensaciones, ilusiones similares por caminos diferentes y a veces claramente contrapuestos, como si su ejercicio fuera un juego de malabares inagotable, un caleidoscopio permanente. La forma a veces es línea clara y cortante, puro dibujo, y otras veces casi sustituye al color; el color, a veces rotundo, se ha vuelto en ocasiones puro dibujo. Si tuviera que definir en dos palabras las opciones plásticas de cada uno de estos dos pintores diría que el color de López Osornio no puede vivir sin la forma, sin la geometría de la cual escapa emanando pura y vibrante luz y que, por el contrario, Jorge Abot sólo puede dejar paso a la línea en su pintura convirtiéndola en gesto, en brochazo, en mancha de color, en un color que no puede apresarse ni siquiera dentro del marco artificial que para toda obra supone un soporte.
También sus padres originarios difieren, aquellos primeros inventores de la gran revolución plástica del siglo XX, el arte abstracto. Abstractos son Malevitch y Mondrian, ambos deificadotes de la pureza de la línea y de la esencialidad de los colores; abstracto es Kandinsky en sus acuarelas, explosión de manchas de color que huyen de todo rigor. Y por esta multiplicación que se produce en los grandes estilos artísticos, como en los árboles genealógicos de las familias trascendentes, de estos padres nacen gran cantidad de movimientos abstractos: un camino, a veces un poco tortuoso, nos lleva de Malevitch y Mondrian, pasando por todas las variantes de movimientos geométricos hasta el arte óptico; otro, no menos serpeante, aunque seguible, de Kandinsky hasta el expresionismo abstracto.
Desde el punto de vista de una opción plástica, López Osornio y Abot reconocen distintos padres y hermanos. Desde el punto de vista de los resultados obtenidos ambos son de la misma familia. Las obras de los dos pintores rezuman un ambiente poético, sugerente, luminoso, que elude la contundencia de lo dicho de una vez y para siempre. Los rojos de Abot, descompuestos hasta el rosado claro, enfatizados por grafismos contrastantes, producen una sensación de vitalidad comparable a la que suscitan los cuadros en rojo de López Osornio, que actúan como si de colores del arcoiris se tratara, gradualmente logrando que la luz emane de ellos.
Diría que Abot y López Osornio son pintores de la luz. En esta postura, más allá de sus diferencias formales ya apuntadas, coinciden sus obras que atraen por sus vibraciones cromáticas. En López Osornio es el producto de una técnica cuidadísima y de una prolijidad obsesiva que multiplica los colores en una gama casi indiferenciable de matices. En Abot son las superficies contrastadas, siempre sabiamente combinadas en colores cuyo diálogo los realza mutuamente, salpicados de brochazos plenamente gestuales de negro cuya rotundidad hace parecer a los rosados, blancos o azules más profundos, más luminosos, más atractivos. Y así, un mundo con la certeza de la geometría, y otro amparado en el color sin límite, producen ese efecto de esencialidad del lenguaje artístico que consiguen las obras logradas del movimiento abstracto, esencialidad por la que tantas batallas libraron los respectivos padres artísticos de nuestros dos pintores.
Ambos, por otra parte, comparten un amor común por la concepción oriental de la pintura que quizá se trasluzca en su sensación de complementariedad. Coincidencia que, nuevamente, no se produce en el superficial ámbito de una igual figuración sino en el intento de conseguir con los datos de la plástica occidental contemporánea los efectos de vacío poético -esa emanación del Tao que posee al mundo en potencia- tradicional en la pintura china y japonesa. Sí, comparten las obras de Abot y López Osornio un parecido espacio imaginario…