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Jorge Abot o las preguntas como respuestas
Arnoldo Liberman
Presentación del catálogo Galería van Riel. Madrid 1987.
 
“Por eso pensamos con nostalgia en un universo donde el hombre, en vez de actuar tan furiosamente sobre la apariencia visible, se hubiera esforzado en deshacerse de ella.”
Jean Genet
 
Cuando escribí “Jorge Abot o los fantasmas de la memoria” para su última exposición en Madrid, finalicé mi reflexión con estas palabras: “La chatarra de aquellos paseos de Jorge con su padre –por las riberas del Riachuelo- incendian en mí este privilegio de comprender desde lo visceral de su pintura, su despojo de anécdotas y su vertebral conjunción con el misterio. La llamarada continúa.” Esta exposición que hoy, después de doce años de ausencia de nuestra patria, Jorge Abot nos entrega, no es más que la profundización, la sutil y estremecida afirmación, de aquel pronóstico. No parece casual que la última exposición de Jorge en Buenos Aires fuera en Van Riel y que ésta, este reencuentro emocionado después de un largo silencio involuntario, sea también en la misma sala de exposiciones. Otra de las maneras de esa continuidad que Jorge, con su código de pincel inquieto y su obstinada búsqueda, va trazando en su conmovedor itinerario de autenticidad. “Se me aparece una forma y la trabajo” o “ al cortar el papel ya te sentís empujado a buscar el camino” o “hago un signo y se acabó” son expresiones sugestivas de este artista que no cede a los reclamos del afuera y que sólo es vulnerable a sus propias vísceras, a sus latidos espontáneos, a sus puntuales agonías, a ese ardor del alma del que nos hablaba Albert Camus. Porque Jorge Abot no es un transitador de abstracciones –pese a las sugerencias del material y al lenguaje de su imaginería-, sino un pintor de la sensación, de lo sensible, y, para decirlo en términos más actuales, del deseo. ¿Quién podría, frente a estos colores fuertes, frente a los papeles que los sustentan, frente a esos pertrechos no figurativos, asegurar que no estamos ante la presencia de mitologías personales crispadas, frente a cuerpos estallados, frente a esa vanguardismo fantasmático que en Jorge Abot es fuerza íntima organizada en sistema y en inocultable memoria?.

Yo creo que Jorge es la síntesis siempre cuestionada de un artista más fiel a sus retinas que a los objetos. En estos collages Jorge imprime sus huellas dactilares, es decir, las señales de sus trepidaciones más legítimas. Aquellas que se lamentan de recortar la conciencia y expresar ese retazo en una inquisición que tiene mucho de metafísica. Ese empecinamiento es su inalterable credencial humana y su enrancia poética, es decir, el ropaje múltiple y polisémico de todo artista verdadero. En este caso el vértigo del color es protagonista esencial de estos “papeles” y ellos tienen no sólo la libertad de una expresión valedera, sino el rigor, a la vez, de una preparación macroscópica. Explosión o ritmos, cuando miro lo que hace Jorge, se me transforma en rostros conocidos, en paisajes singulares, en fantasmas muchas veces trágicos, en recuerdos imborrables, en nostalgias insistentes, en amigos perdidos. Unas manchas que se inflan como senos turgentes sobre noticias gastadas o una sucesión de trazos que huelen a tierra lejana.

Naturalmente, ya está en juego nuestro voluntarismo, nuestra previsible intencionalidad. El misterio de la pintura de Jorge Abot es ofrecer permanentemente un inacabado dinámico, es decir, un deseo literalmente infinito. Por eso nunca hay satisfacción total del deseo, porque Abot no puede derivar satisfacción de las puertas cerradas, de los conceptos cerrados, de las pulsaciones cerradas. Su obra es siempre búsqueda y en consecuencia insatisfacción obstinada, es decir, tensión inmutable hacia la posesión de un absoluto que él mismo sabe nunca podrá alcanzar del todo. Salvo en esos instantes, en esas certezas efímeras, que un creador como él logra en sus también fugaces triunfos sobre sus propios interrogantes.

¿Qué es lo que conmueve a Jorge? ¿Qué es lo que quiere arrancar de sí mismo? Todas sus pinturas son el testimonio de una lucha entre su empecinado interrogar y sus hallazgos siempre inesperados (“aparece una forma y la trabajo”, me dice). En esta sempiterna experimentación, Jorge desconoce las concesiones: ayer sereno, hoy frenético, ayer frenético, hoy sereno, toda su evolución tiende a sosegarnos o desasosegarnos, “según mis estados de ánimo”, igual que puede sosegarnos o desasosegarnos un mosaico de Ravena, una arcada gótica o un inacabado de Miguel Ángel. Sartre decía que la conciencia del hombre debe actuar como el gusano en el corazón de la manzana, dispuesto a excavarse un camino.

La conciencia de Jorge Abot es la expectativa de ese camino que no está predeterminado y que en su mismo recorrido está gestando sus propias huellas, sin fórmulas a priori, ni tics reiterativos, sinmecanicismo de la facilidad. La conciencia, es en Jorge, una portadora de vacío y el signo que él traza es quien va delineando el itinerario de su inquietud. Jorge no quiere sólo testimoniar sus fantasías y sus imaginarios, sino movilizar las nuestras y hacer que no sólo su memoria, sino la nuestra no se distinga en nada de la imaginación. En ese estar que es siempre ausencia, en ese trazo que es premonición del siguiente, en esa conciencia, repito, portadora de vacío ("es hermoso recortar el papel, trabajarlo", me dice), que Jorge Abot nos dibuja un mensaje inexorablemente filosófico: la ausencia y la presencia no son objetos para darles caza, sino iniciales para acompañar hasta su culminación plástica. ¿Hay algo o nada, Jorge? Hay lo que el mismo Sartre hubiera llamado una aparición interrogativa. Surge una forma, conecta con un devenir de la conciencia, se plasma sobre el papel y, detrás del gesto, el interrogante permanece. Eso es Jorge Abot y esa es la fascinación de su singular presencia en nuestra plástica contemporánea".