OBRAS
TEXTOS
biografia
CONTACTO
 
 
ensayos
entrevistas
crÍticas
diÁlogos del taller
escritos
 
Hacia los bordes
Osvaldo Mastromauro
Presentación de catálogo. Buenos Aires, 1997.
 

“Si no esperas lo inesperado, no lo hallarás”
Heráclito

“No se puede nunca deducir lo que a nuestros ojos adquiere una significación de un dato empírico, sin presuposiciones. Al contrario, la averiguación de éste significación es la presuposición que hace que algo se vuelva objeto de investigación”
Max Weber

 

Sung-Tzu escribió un libro único: El Arte de la Guerra; no se es el mismo antes y después de su lectura. Ocurre como en el I Ching, justamente llamado Libro de las Mutaciones; consultarlo es no sólo objeto de aprendizaje, sino también desencadenante de circunstancias: ambos mediatizan una situación.

De manera similar, hablamos del campo de batalla que representa la pintura: las fuerzas que en él se enfrentan nos hacen recordar a la estructura musical y al pentagrama: el contrapunto entre sonidos y silencios, tonos y estructuras diversas, son válidos tanto en la tradicional como en la contemporánea atonal o dodecafónica.

El cuadro, el poema o la sonata no se explican, dado que hablan por sí mismos, pero, para acercarnos a ellos, debemos munirnos de un bagaje d conceptos que, sin mancillar su delicada esencia poética, permitan, tal el caso de Jorge Abot, acceder a un complejo proceso creativo cuya característica notable es, justamente, ocultarlo.

En él, las líneas de trabajo están subtendidas, delgadas e imperceptibles: cables de acero que sostienen el puente entre oficio y espontaneidad. Pero oficio implica recursos, y Jorge Abot no es afecto a ellos; más bien bucea y rebusca en lo inexplorado, hasta alcanzar -como en arquitectura- un “final de obra” satisfactorio, que reconvierta el recurso en acotada libertad.

Pero no es fácil de satisfacer; en este sentido, trabaja como los investigadores básicos de la ciencia: cuanto antes éstos pongan a prueba, contrasten, y refuten, hasta el límite de la quebrabilidad, sus propios presupuestos, mejor será el avance hacia otros horizontes, ampliatorios, e infinitamente corregibles.

Si la estructura atómica del mundo es algo “imposible”, según el principio de incertidumbre de Heisenberg, aunque misteriosamente se sostenga, ello induce a una reconversión de nuestra mirada: o tendemos a creer en lo visible y palpable, lo que a nuestros sentidos se ofrece, o desconfiamos de ellos, y tratamos de verificar: este viejo tema de la oposición entre Doxa y pistis, es recogido y actualizado, (actual es lo que actúa) por Abot, quien asemejándose a un epistemólogo, investiga el hecho creativo, pero en su desafiante acto de pintar.

Así, trabaja por superposiciones y transparencias, como en la pintura flamenca, pero lo anecdótico ha desaparecido. Queda un callado lenguaje (no por ello menos vital y hasta disimuladamente imperioso) de franjas, elipses, inscripciones y grafismos, que responden al a visión de conjunto. El pintor, a semejanza del escritor, es quien dice su palabra (recuérdese el “Dí tu palabra, y rómpete” de Nietzsche), “da la buena nueva”, al descorrer los velos de la percepción.

Hay columnas que sostienen lo aéreo, contramelodías entre brillantez, y opacidades que degradan en planos, nudos abiertos que semejan revoloteo de electrones, ahora sostenidos por invisibles pedestales; corrientes que sacuden la tela y hacen erupción en regiones desérticas, o trazan vagas caligrafías -como el ermitaño, con su báculo, dibuja absorto en el piso incomprensibles signos- hasta el remanso que conduce al estanque.

Como en Platón, es la tradición pitagórico/geométrica versus la palabra poética (imagen: estos extremos producen una tensión tal que el objeto (el cuadro) parece a punto de estallar, pese a sus disimuladas torsiones. Sin embargo, como un objeto fractal, en el ápice, HACIA LOS BORDES, retorna a sí mismo, a su ser. Es melodía en sordina que ha dejado entrar, uno a uno, los instrumentos, hasta llegar al allegro maestoso: fluidifica, sangre en derrame, sin llegar al coágulo, inervando despejadamente la tela.

Es que las columnas del templo griego, más que sostener, creaban un espacio sagrado. Abot no sólo se adueña, sino que hace uso casi irrestricto de su libertad, pero con conciencia de la necesidad (Hegel). Fuera tanto de las vanguardias, como de las esclerotizaciones de escuela, se interna en extraviadas sendas para buscar ese hilo de luz que conduce al claro en el bosque. Y lo alcanza: allí el caminante queda absorto en su estupor, y más que mirar, contempla.

Tanto en la tradición pitagórica como en el universo taoísta, el mundo es uno y todo; por ello, no es desatinado aunar pintura con literatura, música, filosofía o ciencia: Abot, en el gesto de pintar, disuelve la historia anterior, lo acarreado y aluvional, en deslumbrante claridad, sencillez, y el campo de batalla >el claro del bosque > el cuadro, nos devuelven a la inigualable inocencia de mirar la mañana primera.